“Si
la humanidad no es capaz pensar como especie; si sigue pensando apenas como
país, y dentro del país como clase social, pensando solamente en lo nuestro,
entonces la civilización está condenada”.
José
Mujica.
Un regocijo
colma mi espíritu: La Inmortalidad tiene nombre de mujer. Algo tendrá que ver
mi postura heterodoxa ante esta sociedad, aunque cada vez menos,
hetero-patriarcal al fin. Pero si: el hecho es que tiene nombre de mujer y su
firma al final del texto.
Nos ilustra Carl
Sagan en la saga Cosmos que hace alrededor de 5000 años, en un lugar entonces
llamado Uruk, el cual conocemos hoy como Irak, seguía en desarrollo la antigua
Mesopotamia, entre los ríos Tigris y Eúfrates. Fue allí, en ese espacio-tiempo,
donde aprendimos a escribir. Much@s opinan que dicha hazaña representa una de
las mayores victorias de la humanidad en la incesante batalla contra el tiempo.
La muerte ya no pudo silenciarnos. La escritura nos dio el poder de contactar a
través de los milenios y de hablar dentro de la cabeza de los vivos. Y nunca
nadie había conseguido llegar tan lejos en el río del tiempo como la princesa
acadia, hija del primer emperador de la historia y sacerdotisa de la Luna:
Enheduana. Ella escribía poesía, e hizo algo que nadie había hecho antes: firmó
el trabajo que había realizado. Es la primera persona de la que podemos saber
con certeza quién era y con qué soñaba. Un extracto de su obra titulada “Dama
de Gran Corazón”, dice así:
Inana, el planeta Venus
Diosa del Amor
Tendrá un gran destino
A lo largo de todo el universo.
Gracias a la
antropología, o atando información y un poco de simple lógica, podemos imaginar
cómo era factible la transmisión de información interpersonal, o
intergeneracionalmente, tiempos anteriores a la inmortalización de la hermosa
poetisa Enheduana. Sin duda una parte de la información era transmitida a
través del genoma. Heredamos, al igual que el resto de los animales, ciertas
conductas que asumimos de manera instintiva. Sin ir muy lejos, aquella persona
que ha vivido la experiencia de adoptar un cachorro de perro o gato, puede
observar que éste realiza ciertas actividades naturalmente, sin que nadie se
las haya enseñado, o sin que ni siquiera las haya podido aprender mediante la
observación o el ejemplo. Que un can al defecar intente (casi como por acto
reflejo) enterrar el excremento para esconderlo, o que el gato busque tierra
para hacer sus necesidades sobre ella, y se lama el cuerpo entero para asearse,
son algunos ejemplos de lo que hablo. De esta manera entendemos que también hay
una información “escrita” en nuestros genes, en nuestro ADN, que no sólo tienen
que ver con la anatomía o los rasgos físicos y en parte definen nuestro
carácter. Pero hay otra gran parte de la información que se transmitía de forma
verbal, a través del conocimiento previamente adquirido, de la experiencia. Me
viene a la mente aquellas tribus aborígenes en las que el mayor conocimiento lo
poseía el “Shaman”, o las personas más ancianas de la aldea. Estas personas
experimentadas, consideradas sabias por sus tribus, carecían de material
textual o apuntes para verificar teorías o historias. A lo sumo contaban con
jeroglíficos, dibujos o pinturas hechas por sus antepasados. Información sobre
cómo obtener la mejor madera para una lanza, cómo tejer una red de pesca más
fuerte y eficaz, cómo desinfectar una herida y con cuáles hierbas, por ejemplo,
eran conocimientos que se perdían si no eran transmitidos directamente, y en
vida, de una generación a otra.
Son las
escritoras y los escritores de libros las y los artífices del efecto de no
retorno definitivo del conocimiento. Progresivamente, desde la invención de la
escritura, y posteriormente de los libros, las generaciones humanas han tenido,
y cada vez más, bastante camino de conocimiento, descubrimientos e invenciones
adelantado por sus antecesores, quienes ya se habían hecho inmortales al
escribir esa información que luego fue tan valiosa y útil para las generaciones
consecuentes. Esto sin incluir la escritura como expresión artística, más que
como herramienta comunicacional de la historia y la ciencia.
Hoy en la era
de la sobreinformación, donde abunda la información y la desinformación, hemos
llevado la escritura a la infinitud. Como especie humana, ya no paramos de
escribir. La gran mayoría de nosotr@s tiene el poder de hacerlo aunque la
posibilidad de divulgación sea casi tan desigual como la distribución de la
riqueza misma lo es en el mundo. Paralelamente nos encontramos con la guerra de
verdades. Esto provoca controversias que en cierta medida justifican la discrepancia
o incoherencia entre lo que sabemos y lo que hacemos. Sabemos que la industria
alimentaria fabrica alimentos consumidos en masa que perjudican nuestra salud,
pero esa “controversia” que crea la “verdad” que plantean los defensores de
dicha industria, entre otros intereses, impide que como sociedad, como especie,
actuemos en función a asumir una alimentación basada en alimentos
agroecológicos, poco procesados, y otras alternativas no perjudiciales para
nuestra salud. El mismo caso se repite con la industria farmacéutica y la
medicina moderna, el calentamiento global acelerado y nuestra dependencia de
los combustibles fósiles, entre otros.
La
inmortalidad no es sinónimo de grandeza. Hay inmortales despreciables. Además
no tod@s escriben con el propósito de ser inmortales. También debo mencionar
que escudriñando la historia, pero sin mucho esfuerzo, encontramos enemigos de
la inmortalidad, como lo fue la inquisición y lo han sido diversos regímenes y
gobiernos propiciando la quema masiva de libros y la prohibición de su
reproducción, tenencia y/o lectura. Más que enemigos de la inmortalidad han
sido enemigos de la Libertad, que no son lo mismo, pero si apetece, se pueden
comer en el mismo plato. De varios personajes influyentes en la humanidad, y en
mi humanidad, he escuchado que la verdadera libertad yace en los libros, en la
lectura. Analizando la frase hay mucha razón en ella. Sin duda el conocimiento
nos hace libres. Pero mi experiencia me dice que pueblos enteros pueden estar
oprimidos, y puede generarse un gran sentimiento de odio en estos gracias a los
textos de un libro.
Poetas y poetisas,
no dejéis de llenar nuestros corazones con torrentes de amor que son vuestra
poesía; novelistas, no dejéis de iluminar nuestra imaginación con vuestros
destellos de creatividad; historiadores, historiadoras, no dejéis de
ilustrarnos de pasado para nunca renunciar a nuestra memoria y de ningún modo
repetir nuestros errores; periodistas, renunciad siempre al juego de la
desinformación y seguidnos manteniendo al tanto de la verdad que nos hace
libres; libreras y libreros, seguid siendo los panaderos que dotan de alimento
nuestro espíritu. Gracias por tanto.
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