lunes, 24 de abril de 2017

Celebrando la Inmortalidad



“Si la humanidad no es capaz pensar como especie; si sigue pensando apenas como país, y dentro del país como clase social, pensando solamente en lo nuestro, entonces la civilización está condenada”.

José Mujica.



Un regocijo colma mi espíritu: La Inmortalidad tiene nombre de mujer. Algo tendrá que ver mi postura heterodoxa ante esta sociedad, aunque cada vez menos, hetero-patriarcal al fin. Pero si: el hecho es que tiene nombre de mujer y su firma al final del texto.

Nos ilustra Carl Sagan en la saga Cosmos que hace alrededor de 5000 años, en un lugar entonces llamado Uruk, el cual conocemos hoy como Irak, seguía en desarrollo la antigua Mesopotamia, entre los ríos Tigris y Eúfrates. Fue allí, en ese espacio-tiempo, donde aprendimos a escribir. Much@s opinan que dicha hazaña representa una de las mayores victorias de la humanidad en la incesante batalla contra el tiempo. La muerte ya no pudo silenciarnos. La escritura nos dio el poder de contactar a través de los milenios y de hablar dentro de la cabeza de los vivos. Y nunca nadie había conseguido llegar tan lejos en el río del tiempo como la princesa acadia, hija del primer emperador de la historia y sacerdotisa de la Luna: Enheduana. Ella escribía poesía, e hizo algo que nadie había hecho antes: firmó el trabajo que había realizado. Es la primera persona de la que podemos saber con certeza quién era y con qué soñaba. Un extracto de su obra titulada “Dama de Gran Corazón”, dice así:

Inana, el planeta Venus

Diosa del Amor

Tendrá un gran destino

A lo largo de todo el universo.

Gracias a la antropología, o atando información y un poco de simple lógica, podemos imaginar cómo era factible la transmisión de información interpersonal, o intergeneracionalmente, tiempos anteriores a la inmortalización de la hermosa poetisa Enheduana. Sin duda una parte de la información era transmitida a través del genoma. Heredamos, al igual que el resto de los animales, ciertas conductas que asumimos de manera instintiva. Sin ir muy lejos, aquella persona que ha vivido la experiencia de adoptar un cachorro de perro o gato, puede observar que éste realiza ciertas actividades naturalmente, sin que nadie se las haya enseñado, o sin que ni siquiera las haya podido aprender mediante la observación o el ejemplo. Que un can al defecar intente (casi como por acto reflejo) enterrar el excremento para esconderlo, o que el gato busque tierra para hacer sus necesidades sobre ella, y se lama el cuerpo entero para asearse, son algunos ejemplos de lo que hablo. De esta manera entendemos que también hay una información “escrita” en nuestros genes, en nuestro ADN, que no sólo tienen que ver con la anatomía o los rasgos físicos y en parte definen nuestro carácter. Pero hay otra gran parte de la información que se transmitía de forma verbal, a través del conocimiento previamente adquirido, de la experiencia. Me viene a la mente aquellas tribus aborígenes en las que el mayor conocimiento lo poseía el “Shaman”, o las personas más ancianas de la aldea. Estas personas experimentadas, consideradas sabias por sus tribus, carecían de material textual o apuntes para verificar teorías o historias. A lo sumo contaban con jeroglíficos, dibujos o pinturas hechas por sus antepasados. Información sobre cómo obtener la mejor madera para una lanza, cómo tejer una red de pesca más fuerte y eficaz, cómo desinfectar una herida y con cuáles hierbas, por ejemplo, eran conocimientos que se perdían si no eran transmitidos directamente, y en vida, de una generación a otra.

Son las escritoras y los escritores de libros las y los artífices del efecto de no retorno definitivo del conocimiento. Progresivamente, desde la invención de la escritura, y posteriormente de los libros, las generaciones humanas han tenido, y cada vez más, bastante camino de conocimiento, descubrimientos e invenciones adelantado por sus antecesores, quienes ya se habían hecho inmortales al escribir esa información que luego fue tan valiosa y útil para las generaciones consecuentes. Esto sin incluir la escritura como expresión artística, más que como herramienta comunicacional de la historia y la ciencia.

Hoy en la era de la sobreinformación, donde abunda la información y la desinformación, hemos llevado la escritura a la infinitud. Como especie humana, ya no paramos de escribir. La gran mayoría de nosotr@s tiene el poder de hacerlo aunque la posibilidad de divulgación sea casi tan desigual como la distribución de la riqueza misma lo es en el mundo. Paralelamente nos encontramos con la guerra de verdades. Esto provoca controversias que en cierta medida justifican la discrepancia o incoherencia entre lo que sabemos y lo que hacemos. Sabemos que la industria alimentaria fabrica alimentos consumidos en masa que perjudican nuestra salud, pero esa “controversia” que crea la “verdad” que plantean los defensores de dicha industria, entre otros intereses, impide que como sociedad, como especie, actuemos en función a asumir una alimentación basada en alimentos agroecológicos, poco procesados, y otras alternativas no perjudiciales para nuestra salud. El mismo caso se repite con la industria farmacéutica y la medicina moderna, el calentamiento global acelerado y nuestra dependencia de los combustibles fósiles, entre otros.

La inmortalidad no es sinónimo de grandeza. Hay inmortales despreciables. Además no tod@s escriben con el propósito de ser inmortales. También debo mencionar que escudriñando la historia, pero sin mucho esfuerzo, encontramos enemigos de la inmortalidad, como lo fue la inquisición y lo han sido diversos regímenes y gobiernos propiciando la quema masiva de libros y la prohibición de su reproducción, tenencia y/o lectura. Más que enemigos de la inmortalidad han sido enemigos de la Libertad, que no son lo mismo, pero si apetece, se pueden comer en el mismo plato. De varios personajes influyentes en la humanidad, y en mi humanidad, he escuchado que la verdadera libertad yace en los libros, en la lectura. Analizando la frase hay mucha razón en ella. Sin duda el conocimiento nos hace libres. Pero mi experiencia me dice que pueblos enteros pueden estar oprimidos, y puede generarse un gran sentimiento de odio en estos gracias a los textos de un libro.

Poetas y poetisas, no dejéis de llenar nuestros corazones con torrentes de amor que son vuestra poesía; novelistas, no dejéis de iluminar nuestra imaginación con vuestros destellos de creatividad; historiadores, historiadoras, no dejéis de ilustrarnos de pasado para nunca renunciar a nuestra memoria y de ningún modo repetir nuestros errores; periodistas, renunciad siempre al juego de la desinformación y seguidnos manteniendo al tanto de la verdad que nos hace libres; libreras y libreros, seguid siendo los panaderos que dotan de alimento nuestro espíritu. Gracias por tanto.